Apuesta

Cuenta una historia, que un hombre pedía todas las noches a Dios para ganar en la lotería. Invariablemente, en algún momento de la oración, surgía la frase: "...y, por favor, Dios, yo necesito mucho. ¡Hágame ganar en la lotería!"

Un día pasó que, finalmente, una voz vino del cielo respondiendo a su oración. Era Dios, diciendo: "todo bien, mi hijo, yo quiero te hacer ganar en la lotería. Pero ¿podrías, por favor, ir hacer la apuesta aun una vez?"

Es fácil pedir a Dios el sustento. Difícil es mantener el empleo mismo cuando no anda bien.
Es fácil pedir a Dios salud. Difícil es proteger nuestro cuerpo de vicios y descuidos que los deseos nos traen.
Es fácil pedir reconciliación con el próximo. Difícil es dar el primer paso en dirección del perdón.
Es fácil pedir a Dios el pan. Difícil es ir hasta la panadería.

Existe lo que es de Dios. Y esto es imposible a nosotros alcanzar. Y existe lo que está a nuestro alcance. Y es lo que Dios quiere tornar posible en nuestra vida.

No estamos hablando de "cada uno hacer lo que le toca". Tampoco de "Lo que es de Dios, el hombre no toca, pero lo que es del hombre, Dios no se mete”. La primera parte esta correcta. Pero si la segunda fuera así, jamás tendríamos problemas resueltos. En cualquier situación en la vida, continuamos siempre en la dependencia de nuestro Padre Celestial.
Pero la verdad es que Jesús quiere ofrecernos la oportunidad de ser compañeros suyos en la construcción de la vida y en la preservación de nuestro mundo. ¡Vea que privilegio tenemos en nuestra manos! Dios podría hacer todo solo. Pero prefirió contar con nuestra compañía, capacidad y disposición de actuar. Nos da el privilegio de la responsabilidad.

Hacer esta “apuesta”, este juego, es acumular tesoros no perecederos, que el moho no corroe, terremotos no destruyen y que ni tampoco la muerte puede robar. Pues la vida eterna es el mayor premio.

En este caso, difícil, es contar las innumeras bendiciones.

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